Continuamos el estudio sobre el federalismo en España.
En pleno Sexenio Democrático el federalismo español adquirió un tono revolucionario acusado. Una de sus facetas fue el movimiento cantonal, del que hemos dado cuenta en un artículo anterior. Mientras ocurría este movimiento en la Asamblea en Madrid se estaba discutiendo un proyecto de Constitución Federal. Dicho texto constitucional organizaba al país en quince estados federales más Cuba y Puerto Rico. Dicha Constitución nunca entró en vigor, aunque merece nuestra atención.
Cuando Pavía se pronunció en 1874 los defensores más radicales del federalismo fueron perseguidos, se cerraron sedes y se llegó a deportar a muchos de sus dirigentes y seguidores. Pero el federalismo había calado mucho en muchos sectores sociales, como hemos visto en el artículo anterior, y su presencia no decayó en muchos lugares. El problema provenía, curiosamente, de dentro, de la división interna, que impidió organizarse de forma coordinada. La Restauración había conseguido mantenerlo fuera del Parlamento.
Hacia 1880 el federalismo consiguió reestructurarse y organizarse, pero siguieron las divisiones entre los más radicales y los más pragmáticos o posibilistas. Por otro lado, es el momento del surgimiento de los nacionalismos no españolistas, como el gallego y, sobre todo, el catalán.
Pi y Margall siguió siendo la gran cabeza del federalismo. De esta época es su obra más conocida, Las Nacionalidades (1876), donde defenderá un proyecto de pacto federal. Cuando falleció en 1901 el Partido se dispersó. A pesar del fracaso las ideas federalistas no decayeron, permanecieron como una forma distinta de organizar o vertebrar a España. En realidad, el autonomismo establecido en la Constitución de 1931 recoge parte de este ideario, aunque se creó un estado unitario. Salvando el tiempo y las circunstancias, pueden llegar estas ideas, en cierta medida, hasta el moderno Estado de las Autonomías. Lo que es evidente, es que fue un proyecto alternativo al del centralismo.
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