Cuando finaliza el siglo XIX el catalanismo está muy desarrollado en toda Cataluña. Se trata de un sentimiento arraigado de existencia de una identidad lingüística y cultural propias y de un orgullo derivado de dicho sentimiento. Este catalanismo es aún regionalista, aceptando la pertenencia a España, aunque, como hemos visto en las Bases de Manresa se reivindique poder político para Cataluña dentro del Estado español.
El desastre de 1898 provocó una situación de enfrentamiento entre el poder central y los nacientes regionalismos periféricos o no españolistas, que pasaron a ser nacionalistas. En este sentido es muy interesante la Carta de Duran i Bas a Francisco Silvela del 5 de enero de 1899:
“Va acentuándose aquí la creencia de que dentro de breves años sufrirá España una desmembración; este peligro comienza a mirarse como natural y, lo que es más triste, con indiferencia. Se reconoce que Cataluña podrá ser absorbida por Francia, pero lo más alarmante del hecho es que la contestación que se da a los que hacen tal advertencia es la siguiente: peor gobernados que por la gente de Madrid no lo podemos estar. Usted, conociendo ahora estos hechos, apreciará si en su próximo discurso le conviene apoderarse de algunas de las afirmaciones del general Polavieja que más entusiasmo han producido aquí, en Zaragoza y algunos otros puntos, y si le conviene, como yo creo, ser explícito, tanto para inspirar a las clases neutras como para calmar la excitación de los regionalistas de Cataluña, Vascongadas y Galicia, los más peligrosos por su proximidad a Francia y a Portugal”.
El catalanismo adquiere fuerza política primero con las aspiraciones de Polavieja que presenta en un manifiesto de primero de septiembre de 1898 donde, además de criticar al caciquismo, la corrupción administrativa, la necesidad de reformas educativas y hacendísticas, hace una defensa de la descentralización. Para este militar era una necesidad imperiosa que la vida económica del país se desenvolviera sin las trabas de la centralización que ya levantaba protestas alarmantes. Se estaría ciego si no se viera que las regiones españolas, especialmente las que aventajaban en riqueza y que atribuían al poder central los malos resultados de la política seguida hasta ese momento. Después, en el gobierno de Silvela de 1899 entrará el catalán Duran I Bas, el autor del texto que hemos insertado.
El catalanismo sigue sin ser segregacionista, pretende regenerar desde la periferia el desatre en el que se había precipitado España.
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