El nacionalismo ha sido tratado de forma exhaustiva pero no en el caso concreto de nuestro país. Iniciamos una serie de artículos que tratarán estas cuestiones en la historia contemporánea de España, ya que su conocimiento es necesario para entender tanto el siglo XX como el XXI. Nos anima, como siempre, un afán pedagógico, en lo que es el marco de un blog donde es necesaria la brevedad pero sin perder el rigor.
La realidad española en el inicio de la Revolución Liberal y, a pesar de un siglo de centralismo borbónico, seguía siendo plural. Algunos territorios, como el País Vasco o Navarra, seguían conservando instituciones propias, mientras que otros mantenían el recuerdo de un pasado histórico propio y contaban con una lengua propia como es el caso catalán. Estas realidades nacionales no desaparecieron con el triunfo del Estado liberal de corte centralista y uniforme.
El Estado liberal se estableció bajo los principios de la centralización, el uniformismo administrativo y la homogeneización de los territorios. Por un lado, dicho Estado fracasó en este empeño porque no desarrolló los instrumentos eficaces para dicha uniformidad como hubiera sido la escuela, por ejemplo. Pero, por otro lado, los aspectos legales de la estructura territorial y central del Estado no permitían la integración de la diversidad. En este sentido, en el último tercio del siglo XIX, con la Restauración se consolida un modelo conservador con Castilla y el catolicismo como ejes vertebradores de España frente a los intentos de establecer un modelo federalista o menos centralista en la época del Sexenio Democrático.
Los nacionalismos no españolistas surgen como reacción a este centralismo y al triunfo de ese modelo pero, además, tenemos que añadir que existe un factor socioeconómico en este contexto. Tanto Cataluña como el País Vasco desarrollan una serie de cambios económicos y sociales profundos que les convierten en territorios con un desarrollo industrial y bancario muy superior al del resto de España, con una burguesía capitalista no rentista muy pujante y una clase intelectual que defenderá la autonomía o la identidad nacionales propias.
El desastre de 1898 provocará, por fin, un lanzamiento de estos nacionalismos.
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