miércoles, 23 de noviembre de 2011

Algunas aportaciones sobre el culto a la personalidad de Franco. Segunda parte

Seguimos rastreando el culto a la personalidad hacia Franco a través del artículo de Rafael Abella publicado en la revista “Historia y Vida” (“La posguerra en sus textos. La forja de un caudillo”, número 104, año 1976, págs. 100 y ss).











A Franco se le atribuyó un destino providencial. En un artículo del diario “Arriba” del 18 de julio de 1939 se puede leer lo siguiente:











“De las Islas Afortunadas-nunca les fue tan propio el nombre como ahora- ha volado a Marruecos el máximo Capitán de su siglo. El es providencialmente elegido para dar a su pueblo, ya casi amortajado por rojos trapos moscovitas, la voz de “levántate y anda” que aún espera expirante. El centelleo de su espada rasga la bruma espesa en que se emboza el porvenir de España. Brilla en su diestra el arma saludable como si fuera un mínimo Jordán de redención patriótica. Cuando ella traza en el aire africano su fúlgido zigzag, todos los descorazonados ponen su corazón en su puesto de honor…”











En el texto interesarían dos cuestiones: el repetido argumento acerca del poder soviético sobre la República, aspecto fundamental en el capítulo de justificaciones sobre el golpe de estado del 18 de julio y que, como bien ha demostrado la historiografía es una invención; y, por otro lado, el tema de la espada como galvanizadora, en manos del “máximo Capitán de su siglo” (no sabemos si de España o del mundo), del patriotismo y del honor en España. La espada aparece en muchas ocasiones; como en este ejemplo,











“Franco, la espada más limpia del mundo”











El texto es de Francisco Lucientes y, sí, esta vez, la espada es del mundo, ya no sólo de España.











Siguiendo con el destino providencial de Franco nos detendremos en la aportación de Ernesto Giménez Caballero, en el diario “Arriba” del primero de octubre de 1942, porque, además nos ofrece un interesante retrato del dictador:











“España sólo se moverá otra vez con ímpetu en la Historia por el símbolo de Franco. No sólo porque ve en él su Guía providencial sino porque al cabo de seis años sabe ya quién es el Hombre (…) de paso lento y firme: de entrañas implacables; y de rostro impasible. Tipo cesáreo. Que no vaciló en la Guerra. No ha vacilado en la paz – ni vacilará en lo que viene. Caiga quien caiga…











…Sereno, impávido; broncíneo –ese Hombre misterioso que casi nadie conoce bien de cerca- pero que todo un pueblo presiente alucinado que le lleva a una gloria cierta y mayor que las pasadas. A la Grandeza y a la Libertad soñadas y prometidas.











¿Cómo? ¿Cuándo? No sabemos. Ni desearlo sabemos.”











Es sumamente curioso cómo Giménez Caballero define de forma muy aproximada a la realidad la personalidad de Franco: “lento y firme”, “de entrañas implacables”, “rostro impasible”, “sereno”, “impávido” que no vaciló ni en la guerra ni en la paz ni en lo que se avecinaba (recordemos que el texto es de 1942 y en unos pocos años el régimen se las verá con su peor crisis al ser vencida la Alemania nazi), “ y que casi nadie conoce bien de cerca”. Giménez Caballero pretendía reflejar la templanza de Franco y otros atributos propios del culto a la personalidad, como “broncíneo” y “cesáreo”, pero nos aporta, sin quererlo, rasgos, confirmados por los histories, y que si para el autor serían cualidades de un gran líder, pueden ser interpretadas desde otro punto de vista. Si para el autor era impasible, sereno, impávido, duro en su interior, sin vacilaciones, hoy sabemos que, efectivamente lo fue en su forma de gobernar, en la represión implacable y en su nula empatía, o caridad, sin apeláramos a su pretendido catolicismo, hacia los perseguidos por su régimen. Muchos autores y personajes contemporáneos que trataron a Franco repiten, por fin, lo difícil que era saber lo que pensaba Franco. Para terminar con el texto de Giménez Caballero no podemos dejar de comentar el final. Para el autor, Franco llevaría al pueblo español a la gloria inigualable, a la grandeza y a la libertad que prometió, pero los españoles ni sabían el modo de conseguirlas ni cuándo llegarían. Además, como buenos súbditos obedientes y confiados en su líder, no lo deseaban saber, todo llegaría por voluntad de Franco; harto definitorio de lo que se pretendía con el nuevo régimen: ciudadanos esperanzados con Franco y el nuevo estado y dóciles, porque ya tenían quien pensara y decidiera por ellos.

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