En el anterior artículo estudiamos la "Revolución silenciosa" en el Quebec de la primera mitad de la década de los sesenta, buen pretexto para poder ahora hacer una breve aproximación a la historia del mismo.
El Quebec fue un territorio colonizado por los franceses que le dieron el nombre de Nueva Francia. Desde el año 1763 estuvo bajo soberanía británica. Londres pemitió que la mayoría francófona conservara su lengua y su cultura propias para no perder su apoyo en la guerra de independencia de los Estados Unidos. El Quebec comenzó una existencia entre dos culturas anglófonas, la propia del Canadá y la del vecino del sur. Un siglo después de la creación de la Confederación del Canadá, en 1867 decidió unirse a los territorios anglófonos porque los habitantes del Quebec comprendieron que era más fácil mantener su lengua y costumbres dentro de esta confederación que a merced de los todopoderosos Estados Unidos.
Quebec fue durante mucho tiempo un territorio eminentemente agrario. La industrialización no comenzó hasta el siglo XX. Esa es la razón por la que, en la segunda mitad del siglo XIX, medio millón de personas tuvieron que emigrar a los Estados Unidos.
En cuestiones políticas el Partido Conservador Progresista era el mayoritario pero el Quebec pasó a ser un feudo de los liberales a partir de 1896 cuando Laurier fue nombrado primer ministro de Canadá. Laurier impulsó la modernización de Quebec frente a la tradicional política federal canadiense en favor de Ontario y las provincias del Oeste. Se invirtió en infraestructuras y se impulsó el desarrollo económico. Como se ha indicado en el párrafo anterior, en 1900 comenzó la industrialización de Quebec, muy vinculada al mercado estadounidiense.
La Gran Depresión provocó una nueva oleada de emigrantes del Quebec hacia otras zonas del Canadá y de los Estados Unidos, lo que demostraba que aún se encontraba muy atrasado en relación con el resto de Canadá. En 1936 la Union Nacional o Union Nationale ganó las elecciones y se mantuvo en el poder hasta 1960, con la única excepción del período de 1939-1944, coincidiendo casi con la Segunda Guerra Mundial.
El evidente progreso económico de la segunda mitad de los años cuarenta y de los cincuenta no produjo, sin embargo, grandes cambios sociales en Quebec. Estos cambios, como hemos visto en el artículo anterior, se producirán cuando los liberales accedan al poder en la primera mitad de los años sesenta, con la Révolution tranquille. Se impulsó la industrialización, se creó un sistema público de enseñanza, se reconoció la igualdad de la mujer y se nacionalizó la energía. Quebec comenzó a adquirir una conciencia propia, fruto de su progreso económico y social, frente al gobierno federal de Ottawa, y a los propios Estados Unidos. Pero, ahora, el problema ya no venía del sur sino del resto de Canadá, al negarse las autoridades federales a reconocer la singularidad de Quebec.
En los años setenta se agudizaron las tensiones entre Quebec y el gobierno federal. Después de ganar las elecciones, el Parti Québecois, defensor de la independencia, planteó un referéndum sobre la cuestión de la soberanía pero lo perdió. La mayoría de la población quería mantenerse dentro del Canadá pero preservando su identidad.
En los años ochenta la cuestión de la soberanía ganó muchos adeptos, porque ni la Constitución federal de 1982 ni los Acuerdos de Meech Lake demostraron, a ojos de los habitantes de Quebec, la suficiente sensibilidad hacia sus quejas y hacia su identidad.
En el referéndum de 1995 el Bloc Québecois perdió por un estrecho margen pero demostró la importancia de la cuestión de la autodeterminación.
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jueves, 18 de noviembre de 2010
domingo, 1 de noviembre de 2009
Los nacionalismos sin Estado
El mayor protagonismo o dinamismo en la actualidad, en relación con el nacionalismo, se da entre los nacionalismos sin estado, ya sea en el terreno de la iniciativa política, ya sea en el campo social. Los nacionalismos sin estado parten del nacionalismo tradicional y la defensa irrenunciable del principio de autodeterminación, y se aprovechan del moderno proceso de globalización económica y cultural, así como de la crisis del estado nacional como se ha conocido.
Su fuerza se vincula con el ofrecimiento que hacen de un mayor y más cercana defensa de los intereses de los indiviudos frente al Estado central. Además, otorga a los inidividuos de un sentimiento de pertenencia a la comunidad más palpable y cercano.
Es evidente que cada nacionalismo sin estado presenta peculiaridades y, aunque formulemos características comunes, es muy importante tener cuidado con las comparaciones. Pensemos, por ejemplo, en los intentos de comparar la situación nacionalista de Irlanda del Norte con la del País Vasco, partiendo de que la violencia es protagonista del conflicto, cuando ambas situaciones son muy distintas, precisamente, por la Historia de ambos lugares.
Pero sí es cierto que hay características comunes, y que podemos repasar:
1. La utilización de un idioma distinto al común del Estado se convierte en un instrumento fundamental y eficaz para el nacionalismo sin estado, ya que posibilita un elemento claramente diferenciador del conjunto. En el caso de los nacionalismos sin estado de España es paradigmático, fundamentalmente en el caso catalán. En el caso quebequés sería el único elemento diferenciador del conjunto canadiense, mientras que es más complejdo en los casos irlandés, bretón, galés o corso, donde el idioma del Estado nacional es mayoritario -inglés, francés- , y el uso de la lengua propia es casi testimonial.
2. La religión: ya sea como elemento diferenciador, ya como defensa de la verdad revelada es una de las bases de algunos de estos nacionalismos. Fue fundamental en las guerras de liberación del norte de África, y en la creación del Estado de Israel. En Irlanda del Norte es un elemento muy importante, ya que la diferencia entre las dos comunidades de católicos y protestantes es la que define las dos concepciones del Estado, y dos identidades nacionales. En la India tenemos el caso del nacionalismo sikh de corte musulmán.
3. La delimitación del territorio se ha convertido en uno de los elementos más importantes del nacionalismo en su historia. La novedad en esto caso es la utilización de la peculiaridad de ese territorio como instrumento de unidad nacionalista. Es el caso de Palestina donde el nacionalismo no se caracteriza tanto por lo religioso que por su reivindicación territorial. Tenemos, también el caso del nacionalismo kurdo, cuyo territorio se encuentra entre varios estados.
4. Una parte de los nacionalismos sin Estado en Occidente se sitúan en zonas de fuerte desarrollo económico, y en ocasiones a la cabeza del conjunto del Estado nacional, y suelen situarse en los primeros puestos a la hora de contribuir a la Hacienda pública general. Estos motivos suelen ser utilizados por los nacionalismos en su política de separación o en la búsqueda de mayores cuotas de autonomía en el terreno fiscal o de la autofinanciación. Tenemos el caso del nacionalismo de la Padania, y de los nacionalismos vasco y catalán, aunque éstos tienen otros componentes que no tiene el primero.
5. La monopolización de la idea de nación. Se trataría del último rasgo de los nacionalismos sin Estado. Se monopolizaría el concepto de nación para su causa, negando este carácter al Estado nacional que quedaría reducido a una entidad administrativa superior pero sin ninguna identificación afectiva.
Su fuerza se vincula con el ofrecimiento que hacen de un mayor y más cercana defensa de los intereses de los indiviudos frente al Estado central. Además, otorga a los inidividuos de un sentimiento de pertenencia a la comunidad más palpable y cercano.
Es evidente que cada nacionalismo sin estado presenta peculiaridades y, aunque formulemos características comunes, es muy importante tener cuidado con las comparaciones. Pensemos, por ejemplo, en los intentos de comparar la situación nacionalista de Irlanda del Norte con la del País Vasco, partiendo de que la violencia es protagonista del conflicto, cuando ambas situaciones son muy distintas, precisamente, por la Historia de ambos lugares.
Pero sí es cierto que hay características comunes, y que podemos repasar:
1. La utilización de un idioma distinto al común del Estado se convierte en un instrumento fundamental y eficaz para el nacionalismo sin estado, ya que posibilita un elemento claramente diferenciador del conjunto. En el caso de los nacionalismos sin estado de España es paradigmático, fundamentalmente en el caso catalán. En el caso quebequés sería el único elemento diferenciador del conjunto canadiense, mientras que es más complejdo en los casos irlandés, bretón, galés o corso, donde el idioma del Estado nacional es mayoritario -inglés, francés- , y el uso de la lengua propia es casi testimonial.
2. La religión: ya sea como elemento diferenciador, ya como defensa de la verdad revelada es una de las bases de algunos de estos nacionalismos. Fue fundamental en las guerras de liberación del norte de África, y en la creación del Estado de Israel. En Irlanda del Norte es un elemento muy importante, ya que la diferencia entre las dos comunidades de católicos y protestantes es la que define las dos concepciones del Estado, y dos identidades nacionales. En la India tenemos el caso del nacionalismo sikh de corte musulmán.
3. La delimitación del territorio se ha convertido en uno de los elementos más importantes del nacionalismo en su historia. La novedad en esto caso es la utilización de la peculiaridad de ese territorio como instrumento de unidad nacionalista. Es el caso de Palestina donde el nacionalismo no se caracteriza tanto por lo religioso que por su reivindicación territorial. Tenemos, también el caso del nacionalismo kurdo, cuyo territorio se encuentra entre varios estados.
4. Una parte de los nacionalismos sin Estado en Occidente se sitúan en zonas de fuerte desarrollo económico, y en ocasiones a la cabeza del conjunto del Estado nacional, y suelen situarse en los primeros puestos a la hora de contribuir a la Hacienda pública general. Estos motivos suelen ser utilizados por los nacionalismos en su política de separación o en la búsqueda de mayores cuotas de autonomía en el terreno fiscal o de la autofinanciación. Tenemos el caso del nacionalismo de la Padania, y de los nacionalismos vasco y catalán, aunque éstos tienen otros componentes que no tiene el primero.
5. La monopolización de la idea de nación. Se trataría del último rasgo de los nacionalismos sin Estado. Se monopolizaría el concepto de nación para su causa, negando este carácter al Estado nacional que quedaría reducido a una entidad administrativa superior pero sin ninguna identificación afectiva.
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viernes, 23 de octubre de 2009
El principio de la autodeterminación nacional
El principio político que promueve el nacionalismo es el de la autoderminación nacional. Cada nación ostenta el derecho a configuar su ordenación y existencia sin intervención alguna de los individuos, grupos o comunidades que no pertenezcan a ella. Este principio de autodeterminación es la conclusión evidente o lógica del principio de la soberanía nacional. Este principio de autodeterminación fue clave durante el siglo XIX en el desarrollo de los estados tradicionales. Ahora que estamos viviendo el bicentenario de 1808, la España decimonónica (y la derecha nacionalista española actual) haría una interpretación en clave nacionalista: el pueblo español se levanta contra la injerencia de un Estado foráneo, el francés, es decir, se trataría de la autodeterminación nacional de España.
Después de la I Guerra Mundial este principio de autodeterminación nacional se convertiría en el principal argumento de los nacionalismos sin Estado en su lucha por conseguirlo. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Irlanda, así como los nacionalismos catalán y vasco.
Después de la I Guerra Mundial este principio de autodeterminación nacional se convertiría en el principal argumento de los nacionalismos sin Estado en su lucha por conseguirlo. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Irlanda, así como los nacionalismos catalán y vasco.
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