Para profundizar en nuestro conocimiento de la historia contemporánea española hemos estudiado ya muchas formaciones políticas, aunque aún nos queda acercarnos a muchas más. En este caso, y en varios artículos, dada su importancia, haremos un resumen de la historia de uno de los pilares del sistema de la Restauración, el Partido Conservador. No podemos entender dicho sistema y su quiebra en el reinado de Alfonso XIII sin estudiar al Partido Conservador, como, en su momento, haremos con el Partido Liberal.
El Partido Conservador se formó en el Sexenio Democrático. Aglutinaba a gran parte del Partido Moderado del reinado de Isabel II, así como a puritanos y miembros conservadores de la Unión Liberal. En el proceso de creación y consolidación del Partido Conservador tendrá un protagonismo indiscutible la figura de Cánovas del Castillo.
En las Cortes Constituyentes de 1869 el Partido Conservador, aún muy reducido, se mantuvo expectante ante la nueva situación política, aunque ya se presentó como defensor de la causa alfonsina. Este claro retraimiento terminó por decantarse hacia una oposición cerrada al nuevo sistema político desde 1871. En tiempos de la I República Cánovas obtuvo la jefatura del grupo político y conseguía, no sin grandes esfuerzos, la abdicación de la reina Isabel II, exiliada en Francia.
Tras la caída de la República y la disolución de las Cortes el 4 de enero de 1874 Cánovas rechazó el ofrecimiento del general Pavía para participar en un nuevo gobierno. En este momento se produjo un debate interno en el grupo entre los defensores de la participación parlamentaria con Cánovas a la cabeza y los militares partidarios de un pronunciamiento militar. Cánovas se dedicó durante el tiempo previo a la Restauración a una intensísima campaña de propaganda y de contactos políticos con la jerarquía eclesiástica y otros sectores sociales afines a planteamientos moderados o conservadores. También, se produjo la integración en la formación de elementos católicos no carlistas, que hasta entonces se habían mantenido al margen.
Al final, el restablecimiento de la monarquía, a fines de 1875, en la figura de Alfonso XII fue obra del pronunciamiento militar de Martínez Campos en Sagunto, para disgusto de Cánovas, partidario, como hemos visto, de una vía no militar hacia la Restauración. En todo caso, Cánovas se hizo con el poder y se dedicó a construir el nuevo sistema político. De los diez años de reinado de Alfonso XII, ocho fueron bajo gobiernos conservadores. El nuevo sistema se basaba, en cuestión de partidos, en el turno pacífico y pactado de dos grandes formaciones políticas, el Partido Conservador con Cánovas a la cabeza, y el Partido Liberal de Sagasta. A la muerte del monarca, en los primeros años de la Regencia de María Cristina el poder pasó a los liberales. Los conservadores lo recuperaron en 1891. En estos momentos la formación comenzó a tener problemas internos, siendo Francisco Silvela uno de los protagonistas de los mismos. En noviembre dimitió y se mantuvo al margen hasta 1897 cuando decidió liderar al grupo de conservadores disidentes.
El asesinato de Cánovas en marzo de 1897 provocó un intenso proceso de reorganización del partido, cerrado a principios de 1899, cuando Francisco Silvela fue promovido a la jefatura del mismo. Silvela planteó un programa político basado en intentar acabar con el caciquismo y fomento económico, dentro del primer regeneracionismo. Silvela defendió, también, el respeto a las relaciones con la Santa Sede y la asunción de una serie de reformas administrativas en el ámbito territorial (municipales y provinciales).
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viernes, 30 de julio de 2010
viernes, 30 de abril de 2010
El Cantonalismo
El Cantonalismo fue un movimiento de insurreción que tuvo lugar en la época de la I República española, especialmente, en la zona levantina y del sur, en 1873. El cantonalismo tiene que ver con el republicanismo federal en su versión extrema, y aparece con fuerza en la Revolución que terminó con el reinado de Isabel II e inauguró el Sexenio Democrático en 1868.
El Cantonalismo pretendía la creación de un Estado federal a partir de pequeñas unidades, los cantones. No se deseaba la implantación del federalismo a través de las Cortes o por el gobierno, sino desde abajo.
Donde el Cantonalismo se hizo fuerte se formaron juntas con milicias locales, y se desarrollaron políticas radicales en relación con el gobierno de las mismas, la distribución de tierras y la relación con la Iglesia. El Cantón más importante fue el de Cartagena.
El gobierno de la República, desbordado por este movimiento y por el de los carlistas, en el otro extremo del espectro político, recurrió al ejército para reprimir el movimiento. Cartagena resistió hasta el 11 de enero de 1874.
El Cantonalismo pretendía la creación de un Estado federal a partir de pequeñas unidades, los cantones. No se deseaba la implantación del federalismo a través de las Cortes o por el gobierno, sino desde abajo.
Donde el Cantonalismo se hizo fuerte se formaron juntas con milicias locales, y se desarrollaron políticas radicales en relación con el gobierno de las mismas, la distribución de tierras y la relación con la Iglesia. El Cantón más importante fue el de Cartagena.
El gobierno de la República, desbordado por este movimiento y por el de los carlistas, en el otro extremo del espectro político, recurrió al ejército para reprimir el movimiento. Cartagena resistió hasta el 11 de enero de 1874.
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domingo, 18 de abril de 2010
Carlismo y guerra civil en el reinado de Isabel II
Siguiendo con nuestro estudio al pasado histórico contemporáneo de España nos acercamos al conflicto carlista en el reinado de Isabel II, con un afán pedagógico y procurando respetar el principio de brevedad en un artículo de un blog:
Esquema
1. La cuestión sucesoria.
2. El problema del carlismo: la tradición y la cuestión foral.
3. Las dos primeras guerras carlistas.
4. Consecuencias de las guerras carlistas.
1. La cuestión sucesoria
Los últimos años del reinado de Fernando VII estuvieron llenos de tensiones políticas. La política de despotismo ilustrado del rey le enfrento a los realistas mas radicales que, ante la falta de descendencia del monarca, habían puesto sus esperanzas en el hermano de Fernando, Carlos María Isidro de Borbón, en torno al cual habían hecho partido. Pero el matrimonio del rey con María Cristina de Borbón cambió la situación. María Cristina dio en 1830 una hija, Isabel, a Fernando VII. El rey encontrándose enfermo y queriendo transmitir la Corona a su descendiente aprobó la Pragmática Sanción que anulaba la Ley Sálica, lo cual acababa con las pretensiones sucesoras de don Carlos. Esto dio lugar a dos partidos en la corte:
a) Los absolutistas se oponían a la Pragmática Sanción pues no querían dejar el trono en manos de una niña de corta edad, ni en las de su madre, de la que no se fiaban. Preferían a Don Carlos, firme tradicionalista. Este partido se denominara carlistas y eran enemigos acérrimos del liberalismo y de cualquier reforma.
b) En torno a Mª Cristina y a los derechos de su hija se fueron aglutinando los sectores reformistas de la Corte. Para ampliar sus apoyos buscaran a los liberales más moderados los cuales ven el momento de su rehabilitación. Son los isabelinos o cristinos.
Entre 1830‑33 se produce una intensa lucha entre partidarios de un bando y de otro cerca del lecho del enfermo rey. Fernando VII se apoyó en los reformistas para asegurar el trono a su hija, pero sus vacilaciones mantuvieron a la Corte en vilo hasta que en 1833 murió. Isabel, con tres años de edad, heredaba el trono. Su madre seria elegida Regente. Para afianzarse en trono frente a los carlistas que no reconocían la sucesión, se apoyó en los liberales moderados para gobernar. Comenzaba así la primera guerra civil española contemporánea.
2. El problema del carlismo: la tradición y la cuestión foral.
Como opción dinástica, el movimiento carlista apoyaba las pretensiones al trono del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro y de sus descendientes, en contra de la línea sucesoria femenina encarnada en Isabel II. Pero más allá de la cuestión dinástica, el carlismo defendía a ultranza el mantenimiento de las viejas tradiciones del Antiguo Régimen, en abierta oposición a la modernización identificada con la Revolución Liberal.
En sus comienzos el ideario político carlista era difuso, pero con el tiempo acabó articulándose en torno a las siguientes ideas:
a) La tradición política del absolutismo monárquico.
b) La restauración del poder de la Iglesia y de un catolicismo excluyente.
c) La idealización del mundo rural frente a la sociedad urbana e industrial.
d) La defensa de las instituciones y fueros tradicionales de vascos, navarros y catalanes frente a la uniformidad política y jurídica liberal. La cuestión foral es importante para definir al movimiento carlista pero la historiografía actual relativiza un tanto su importancia, ya que ni en todos los territorios donde arraigó el carlismo existía una acentuada conciencia foral, ni esta se canalizó en exclusiva a través del carlismo.
En relación a la base social del carlismo conviene señalar que contaba con el apoyo del clero medio y bajo, que percibía el liberalismo como el gran enemigo de la religión y de la Iglesia, y una parte del campesinado, que veía amenazadas sus tradiciones y su situación económica por las reformas liberales.
En el ámbito geográfico, el carlismo arraigó en las zonas rurales de las Vascongadas, Navarra, Aragón, la Cataluña interior y el Maestrazgo.
3. Las dos primeras guerras carlistas
El movimiento carlista desencadenó tres conflictos, dos de ellos durante el reinado de Isabel II y el tercero en el Sexenio Democrático, solucionado ya con Alfonso XII.
La primera guerra carlista fue la más violenta y dramática, con casi 200.000 muertos. Los primeros levantamientos en apoyo de Carlos María Isidro, proclamado rey por sus seguidores con el nombre de Carlos V, ocurrieron al poco de morir Fernando VII, pero fueron sofocados con relativa facilidad en casi todos los lugares menos en las zonas en que hemos señalado que arraigó el carlismo.
La contienda civil tuvo su repercusión internacional, ya que las potencias absolutistas (Prusia, Rusia y Austria) y el Papado apoyaron al bando carlista frente a las naciones liberales como Francia, Inglaterra y Portugal que secundaron a la nueva reina en el Tratado de la Cuadrúple Alianza de 1834.
Ambos bandos contaban en sus filas con destacados militares, como Zumalacárregui y Cabrera en el bando carlista, y Espartero en el liberal o isabelino.
El agotamiento carlista terminó por provocar la división interna del movimiento entre dos grupos: los intransigentes, partidarios de continuar la guerra, y los moderados, encabezados por el general Maroto, partidarios, por su parte, de llegar a un acuerdo honroso con el enemigo.
Las negociaciones entre Maroto y Espartero culminaron en el Convenio de Vergara (1839), que marcó el fin de la guerra en el norte, ya que Cabrera resistió en la zona levantina casi un año más.
La segunda guerra carlista (1846-1849) no tuvo el impacto ni la violencia de la primera, pero se prolongó de forma intermitente hasta 1860. El principal escenario de este enfrentamiento estuvo localizado en el campo catalán, con algunos episodios aislados en otros lugares. El pretendiente era Carlos VI, el hijo de Carlos María Isidro.
4. Consecuencias de las guerras carlistas
Las guerras carlistas tuvieron grandes repercusiones, además de un elevado coste humano. Las principales consecuencias fueron las siguientes:
a) La inclinación de la monarquía hacia el liberalismo. El agrupamiento de los absolutistas en torno a Carlos V convirtió a los liberales en el más seguro apoyo a Isabel II.
b) El protagonismo de los militares en la política. Ante la amenaza carlista, muy seria en algunos momentos, los militares se convirtieron en una pieza fundamental de la defensa del régimen liberal. Los generales, conscientes de su protagonismo, se colocaron al frente de los partidos políticos y se erigieron en árbitros de la vida política. El uso y abuso del pronunciamiento se convirtió en una práctica casi habitual para cambiar los gobiernos.
c) Los enormes gastos de la guerra provocaron muy serios problemas financieros a la nueva monarquía liberal y condicionaron la orientación de reformas como la desamortización de Mendizábal.
Esquema
1. La cuestión sucesoria.
2. El problema del carlismo: la tradición y la cuestión foral.
3. Las dos primeras guerras carlistas.
4. Consecuencias de las guerras carlistas.
1. La cuestión sucesoria
Los últimos años del reinado de Fernando VII estuvieron llenos de tensiones políticas. La política de despotismo ilustrado del rey le enfrento a los realistas mas radicales que, ante la falta de descendencia del monarca, habían puesto sus esperanzas en el hermano de Fernando, Carlos María Isidro de Borbón, en torno al cual habían hecho partido. Pero el matrimonio del rey con María Cristina de Borbón cambió la situación. María Cristina dio en 1830 una hija, Isabel, a Fernando VII. El rey encontrándose enfermo y queriendo transmitir la Corona a su descendiente aprobó la Pragmática Sanción que anulaba la Ley Sálica, lo cual acababa con las pretensiones sucesoras de don Carlos. Esto dio lugar a dos partidos en la corte:
a) Los absolutistas se oponían a la Pragmática Sanción pues no querían dejar el trono en manos de una niña de corta edad, ni en las de su madre, de la que no se fiaban. Preferían a Don Carlos, firme tradicionalista. Este partido se denominara carlistas y eran enemigos acérrimos del liberalismo y de cualquier reforma.
b) En torno a Mª Cristina y a los derechos de su hija se fueron aglutinando los sectores reformistas de la Corte. Para ampliar sus apoyos buscaran a los liberales más moderados los cuales ven el momento de su rehabilitación. Son los isabelinos o cristinos.
Entre 1830‑33 se produce una intensa lucha entre partidarios de un bando y de otro cerca del lecho del enfermo rey. Fernando VII se apoyó en los reformistas para asegurar el trono a su hija, pero sus vacilaciones mantuvieron a la Corte en vilo hasta que en 1833 murió. Isabel, con tres años de edad, heredaba el trono. Su madre seria elegida Regente. Para afianzarse en trono frente a los carlistas que no reconocían la sucesión, se apoyó en los liberales moderados para gobernar. Comenzaba así la primera guerra civil española contemporánea.
2. El problema del carlismo: la tradición y la cuestión foral.
Como opción dinástica, el movimiento carlista apoyaba las pretensiones al trono del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro y de sus descendientes, en contra de la línea sucesoria femenina encarnada en Isabel II. Pero más allá de la cuestión dinástica, el carlismo defendía a ultranza el mantenimiento de las viejas tradiciones del Antiguo Régimen, en abierta oposición a la modernización identificada con la Revolución Liberal.
En sus comienzos el ideario político carlista era difuso, pero con el tiempo acabó articulándose en torno a las siguientes ideas:
a) La tradición política del absolutismo monárquico.
b) La restauración del poder de la Iglesia y de un catolicismo excluyente.
c) La idealización del mundo rural frente a la sociedad urbana e industrial.
d) La defensa de las instituciones y fueros tradicionales de vascos, navarros y catalanes frente a la uniformidad política y jurídica liberal. La cuestión foral es importante para definir al movimiento carlista pero la historiografía actual relativiza un tanto su importancia, ya que ni en todos los territorios donde arraigó el carlismo existía una acentuada conciencia foral, ni esta se canalizó en exclusiva a través del carlismo.
En relación a la base social del carlismo conviene señalar que contaba con el apoyo del clero medio y bajo, que percibía el liberalismo como el gran enemigo de la religión y de la Iglesia, y una parte del campesinado, que veía amenazadas sus tradiciones y su situación económica por las reformas liberales.
En el ámbito geográfico, el carlismo arraigó en las zonas rurales de las Vascongadas, Navarra, Aragón, la Cataluña interior y el Maestrazgo.
3. Las dos primeras guerras carlistas
El movimiento carlista desencadenó tres conflictos, dos de ellos durante el reinado de Isabel II y el tercero en el Sexenio Democrático, solucionado ya con Alfonso XII.
La primera guerra carlista fue la más violenta y dramática, con casi 200.000 muertos. Los primeros levantamientos en apoyo de Carlos María Isidro, proclamado rey por sus seguidores con el nombre de Carlos V, ocurrieron al poco de morir Fernando VII, pero fueron sofocados con relativa facilidad en casi todos los lugares menos en las zonas en que hemos señalado que arraigó el carlismo.
La contienda civil tuvo su repercusión internacional, ya que las potencias absolutistas (Prusia, Rusia y Austria) y el Papado apoyaron al bando carlista frente a las naciones liberales como Francia, Inglaterra y Portugal que secundaron a la nueva reina en el Tratado de la Cuadrúple Alianza de 1834.
Ambos bandos contaban en sus filas con destacados militares, como Zumalacárregui y Cabrera en el bando carlista, y Espartero en el liberal o isabelino.
El agotamiento carlista terminó por provocar la división interna del movimiento entre dos grupos: los intransigentes, partidarios de continuar la guerra, y los moderados, encabezados por el general Maroto, partidarios, por su parte, de llegar a un acuerdo honroso con el enemigo.
Las negociaciones entre Maroto y Espartero culminaron en el Convenio de Vergara (1839), que marcó el fin de la guerra en el norte, ya que Cabrera resistió en la zona levantina casi un año más.
La segunda guerra carlista (1846-1849) no tuvo el impacto ni la violencia de la primera, pero se prolongó de forma intermitente hasta 1860. El principal escenario de este enfrentamiento estuvo localizado en el campo catalán, con algunos episodios aislados en otros lugares. El pretendiente era Carlos VI, el hijo de Carlos María Isidro.
4. Consecuencias de las guerras carlistas
Las guerras carlistas tuvieron grandes repercusiones, además de un elevado coste humano. Las principales consecuencias fueron las siguientes:
a) La inclinación de la monarquía hacia el liberalismo. El agrupamiento de los absolutistas en torno a Carlos V convirtió a los liberales en el más seguro apoyo a Isabel II.
b) El protagonismo de los militares en la política. Ante la amenaza carlista, muy seria en algunos momentos, los militares se convirtieron en una pieza fundamental de la defensa del régimen liberal. Los generales, conscientes de su protagonismo, se colocaron al frente de los partidos políticos y se erigieron en árbitros de la vida política. El uso y abuso del pronunciamiento se convirtió en una práctica casi habitual para cambiar los gobiernos.
c) Los enormes gastos de la guerra provocaron muy serios problemas financieros a la nueva monarquía liberal y condicionaron la orientación de reformas como la desamortización de Mendizábal.
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domingo, 10 de enero de 2010
Moderación, conservadurismo y reacción
Moderación: acción o efecto de moderar o moderarse. Cordura, sensatez, templanza en las palabras o en las acciones. Eso es lo que dice nuestro Diccionario de la Real Academia. En el sistema político liberal decimonónico, era un término que se usaba en la parte conservadora del liberalismo. En el reinado de Isabel II era el partido que más gobernó frente a la versión progresista del liberalismo, o de la faceta democrática de éste último. Después, en política, se ha usado en el sentido literal del término, como nos cuenta la Academia y, por tanto, es aplicable a derecha o izquierda, ya líderes de cualquier signo político. A día de hoy, la moderación que fue patrimonio de todos los partidos democráticos en la Transición, dejando su carencia o falta para los extremistas de uno lado y de otro, ya no es patrimonio común. Se está alejando de uno de los pivotes del sistema democrático, es decir, del Partido Popular o, al menos, de una parte fundamental del mismo.
Conservadurismo: Dícese de la política de los conservadores. Actitud conservadora en política, ideología, etc.. Conservador: dícese de personas, partidos, gobiernos, etc, especialmente favorables a la continuidad de las formas de vida colectiva y adversas a los cambios bruscos o radicales. En el siglo XIX, el partido moderado se transformó en el conservador con Cánovas. Se trata de una de las opciones políticas básicas del sistema democrático, y hoy suele asociarse a las derechas, aunque en amalgama con el neoliberalismo económico y las democracias cristianas. El Partido Popular, en el ámbito nacional, tiene esa amalgama de tres componentes. En este caso, nos interesa más la del conservadurismo, es decir, el tender a no querer cambios en la estructura del estado, o en los matrimonios, etc.. Es razonable esta postura, y necesaria, siempre que sea, genuinamente democrática y no caiga en,
Reacción: tendencia tradicionalista en lo político opuesta a las innovaciones. En España, el franquismo era reaccionario. Esta tendencia reaparece en el Partido Popular, en sus políticas, pero, sobre todo, en sus críticas y en sus talantes, formas, maneras. Los reaccionarios, cuando son pocos, o estan fuera del juego parlamentario son sólo, relativamente, preocupantes, pero cuando se instalan en el discurso y las formas de un partido fundamental, el peligro se multiplica.
Conservadurismo: Dícese de la política de los conservadores. Actitud conservadora en política, ideología, etc.. Conservador: dícese de personas, partidos, gobiernos, etc, especialmente favorables a la continuidad de las formas de vida colectiva y adversas a los cambios bruscos o radicales. En el siglo XIX, el partido moderado se transformó en el conservador con Cánovas. Se trata de una de las opciones políticas básicas del sistema democrático, y hoy suele asociarse a las derechas, aunque en amalgama con el neoliberalismo económico y las democracias cristianas. El Partido Popular, en el ámbito nacional, tiene esa amalgama de tres componentes. En este caso, nos interesa más la del conservadurismo, es decir, el tender a no querer cambios en la estructura del estado, o en los matrimonios, etc.. Es razonable esta postura, y necesaria, siempre que sea, genuinamente democrática y no caiga en,
Reacción: tendencia tradicionalista en lo político opuesta a las innovaciones. En España, el franquismo era reaccionario. Esta tendencia reaparece en el Partido Popular, en sus políticas, pero, sobre todo, en sus críticas y en sus talantes, formas, maneras. Los reaccionarios, cuando son pocos, o estan fuera del juego parlamentario son sólo, relativamente, preocupantes, pero cuando se instalan en el discurso y las formas de un partido fundamental, el peligro se multiplica.
jueves, 12 de noviembre de 2009
Fernando Garrido Tortosa
Fernando Garrido Tortosa nació en Cartagena en el año 1821, y murió en Córdoba en 1883. Se trata de una de las figuras más importantes del primer socialismo español, antes de su institucionalización en el PSOE. Garrido pertenecía a una familia liberal y con nivel cultural. Se trasladó a Cádiz donde contactó con los seguidores en España de las ideas de Fourier, entre los que destacaba Joaquín Abreu. Después pasó a Madrid donde se entrega a la difusión de las ideas del socialismo utópico de la línea de Fourier, y conoce a personajes importantes. Traba relación con Sixto Cámara y los demócratas. En 1848, en pleno temor del gobierno moderado por las revoluciones que estallan en Europa es detenido porque ha publicado un folleto considerado subversivo, "La Defensa del Socialismo", y porque, se piensa que está conspirando en favor de una revolución en España.
En el año 1851 sale de la cárcel y viaja a Londres. Allí entra en contacto con los refugiados de los distintos países que han visto fracasar las revoluciones. Es importante su relación con el italiano Mazzini. Entró a formar parte del Comité Democrático Internacional.
En 1854 regresa a España en el Bienio Progresista, y comenzará su lucha en favor de una democracia contraria a la Monarquía de Isabel II y a las oligarquías que la sostienen. En 1855 publica sus ideas con La República Democrática Federal Universal, verdadero programa para el republicanismo español del momento. Garrido comienza a sufrir varios procesos judiciales por sus ideas. Es desterrado a Lisboa, y se vincula a la conspiración de Sixto Cámara, por lo que es, de nuevo, desterrado, y regresa a la capital británica, para pasar luego a París.
El triunfo de la Revolución de 1868 le permite regresar a España. Se destaca dentro del Partido Demócrata, y es elegido diputado en las Cortes Constituyentes de 1872 pero ya en las filas del republicanismo federal. Durante la I República es nombrado Intendente General de las Filipinas. Al fracasar la primera experiencia republicana y darse la Restauración Borbónica debe exiliarse, en primer lugar, en Lisboa, y luego en París. Allí se dedica escribir y a pintar.
Regresa a España en 1879, y seguirá escribiendo hasta que fallece.
En el año 1851 sale de la cárcel y viaja a Londres. Allí entra en contacto con los refugiados de los distintos países que han visto fracasar las revoluciones. Es importante su relación con el italiano Mazzini. Entró a formar parte del Comité Democrático Internacional.
En 1854 regresa a España en el Bienio Progresista, y comenzará su lucha en favor de una democracia contraria a la Monarquía de Isabel II y a las oligarquías que la sostienen. En 1855 publica sus ideas con La República Democrática Federal Universal, verdadero programa para el republicanismo español del momento. Garrido comienza a sufrir varios procesos judiciales por sus ideas. Es desterrado a Lisboa, y se vincula a la conspiración de Sixto Cámara, por lo que es, de nuevo, desterrado, y regresa a la capital británica, para pasar luego a París.
El triunfo de la Revolución de 1868 le permite regresar a España. Se destaca dentro del Partido Demócrata, y es elegido diputado en las Cortes Constituyentes de 1872 pero ya en las filas del republicanismo federal. Durante la I República es nombrado Intendente General de las Filipinas. Al fracasar la primera experiencia republicana y darse la Restauración Borbónica debe exiliarse, en primer lugar, en Lisboa, y luego en París. Allí se dedica escribir y a pintar.
Regresa a España en 1879, y seguirá escribiendo hasta que fallece.
martes, 6 de octubre de 2009
Garantías políticas. Gobierno y Administración
La división de poderes no es la única garantía política, aunque sí la más importante. Otra garantía política es la desvinculación entre gobierno y administración. Al principio, se pensó que la designación por elección de los funcionarios unida a la posibilidad de exigir responsabilidades a los mismos sería suficiente para prevenir la formación de una unión entre el gobierno y la administración que podía dañar los derechos del individuo. Esta distinción se ha mantenido a lo largo del tiempo en los Estados Unidos, donde vemos como casi todos los puestos funcionariales de los Estados y de la Administración federal son electivos.
En Europa, también se adoptó esta misma solución pero con el tiempo se fueron creando cuerpos de funcionarios, que eran y son seleccionados a través de títulos y procesos selectivos (oposiciones). Estos funcionarios están dotados de un status que no puede ser modificado por decisiones gubernamentales. Además como se les declaró responsables de su gestión, sin que pudieran alegar obediencia a sus superiores, se pensó que, de esa manera, limitarían las iniciativas de los gobiernos cuando fuesen contrarias a los derechos. En España este proceso de creación de cuerpos de funcionarios comienza en el reinado de Isabel II, hacia 1852.
En Europa, también se adoptó esta misma solución pero con el tiempo se fueron creando cuerpos de funcionarios, que eran y son seleccionados a través de títulos y procesos selectivos (oposiciones). Estos funcionarios están dotados de un status que no puede ser modificado por decisiones gubernamentales. Además como se les declaró responsables de su gestión, sin que pudieran alegar obediencia a sus superiores, se pensó que, de esa manera, limitarían las iniciativas de los gobiernos cuando fuesen contrarias a los derechos. En España este proceso de creación de cuerpos de funcionarios comienza en el reinado de Isabel II, hacia 1852.
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