El liberalismo del siglo XIX es heredero directo de la Ilustración, de los fisiócratas y está estrechamente relacionado con el liberalismo económico de Adam Smith. El liberalismo concebía a la sociedad como un conjunto de individuos iguales ante la ley que competían entre sí con el objetivo de satisfacer sus necesidades. La suma de las satisfacciones individuales proporcionaría la satisfacción colectiva. Los individuos poseían derechos naturales que el Estado debía reconocer y garantizar: la vida, la libertad individual, la igualdad ante la ley, la seguridad, la libertad económica y la propiedad privada.
Los liberales defendían lo siguiente:
a)Ámbito económico: la libertad económica en todos sus ámbitos, es decir, el “laissez-faire”. El mercado era la institución que, con sus leyes, no intervenidas por el estado, regularía las relaciones económicas.
b)Ámbito social: el enriquecimiento personal y la división social en función de dicho enriquecimiento, por lo que conectaban con los intereses de la burguesía frente a los estamentos privilegiados, considerados como una rémora para el progreso y del desarrollo, pero, también frente a los trabajadores por su temor a las revueltas sociales y a sus reivindicaciones.
c)Ámbito político: un sistema que representase los intereses individuales, es decir, votado por los ciudadanos, ya fuera a través del sufragio censitario (propietarios), en la versión del liberalismo más moderada, ya a través del universal, defendido por los liberales más progresistas o avanzados. Ese sistema debía, además, sustentarse en la división de poderes para evitar el absolutismo.
El liberalismo político fue una ideología revolucionaria frente al Antiguo Régimen y la monarquía absoluta pero, a medida que fue consiguiendo destruir el viejo orden en la primera mitad del siglo XIX, se fue haciendo cada vez más moderada. Las experiencias de las revoluciones y el creciente descontento popular provocaron un intenso temor a las revueltas y la posible pérdida de poder frente a los que nada poseían. Otro factor que explica esta moderación del liberalismo tiene que ver con la resistencia de los estamentos antiguos hacia los cambios y que obligó a los liberales a pactar con ellos, especialmente, con la nobleza, para conseguir estabilizar los nuevos regímenes, a través de compromisos que integrasen a sus miembros en el sistema.
El liberalismo más moderado es conocido con el nombre de liberalismo doctrinario. Sus principales defensores fueron Benjamin Constant en Francia, y Donoso Cortés en España, entre otros autores. Defendían la soberanía compartida entre el monarca y el parlamento, por lo que los reyes debían intervenir en el poder ejecutivo, nombrado los gobiernos y en el legislativo controlando sus medidas potencialmente radicales y nombrando a algunos de sus miembros. El legislativo debía ser bicameral, de modo que la cámara alta –cuyos miembros serían elegidos por el rey y/ con miembros por derecho propio- moderase a la cámara baja, cuyos miembros sí eran elegidos. Pero solamente podrían elegir y ser elegidos los denominados ciudadanos activos, es decir, aquellos con riqueza y cultura (sufragio censitario). Este liberalismo se oponía a la democracia, a la participación del pueblo en el sistema político porque consideraba que era un peligro para la estabilidad del sistema por considerarlo ignorante y porque impondrían sus reivindicaciones de signo igualitario en lo económico y social.
Frente a este liberalismo se situaba otro más progresista o democrático, que propugnaba la soberanía popular, la democracia y el sufragio universal masculino.
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En este blog ya hemos tratado en varios artículos sobre el liberalismo político. Esta es otra aportación para enriquecer nuestro conocimiento sobre esta ideología tan importante en la historia.
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