domingo, 8 de julio de 2012

La unificación alemana


La situación previa


El Sacro Imperio Romano Germánico de origen medieval sobrevivió hasta las guerras napoleónicas. El Congreso de Viena creó en el año 1815 una Confederación Germánica en la que convivían más de treinta estados. Los dos más importantes eran el Imperio Austriaco, en el sudeste, y que controlaba la Confederación; y el reino de Prusia, dividido en dos partes, una al este y otra al oeste (Renania). Los dos estados tenían, además, parte importante de sus territorios fuera de la Confederación.

La mayor parte de la población de la Confederación mantenía un fuerte vínculo cultural: el alemán como lengua común. Pero, también es cierto que había mucha población de lengua alemana fuera de la Confederación y que existía otra población que no lo hablaba dentro de la Confederación.


La vía revolucionaria (1815-1848)

La revolución de 1848 intentó establecer un estado nacional sobre bases liberales y populares. El Parlamento de Francfort buscaba crear una constitución alemana pero no contó ni con el apoyo de Austria ni con el de Prusia, además de recibir la hostilidad de las minorías no alemanas como la checa. A partir de este fracaso, se empezaron a barajar dos proyectos políticos: la “Gran Alemania”, encabezada por Austria y la “Pequeña Alemania”, con Prusia como protagonista.

La unión económica precedió a la política en el caso alemán. En 1834 se creó el Zollwerein, espacio de libre comercio establecido en torno a Prusia, y que excluía a Austria. El Zollwerein contribuyó a unir los intereses de industriales, comerciantes y terratenientes en un mercado nacional protegido de la competencia exterior, especialmente, de la británica.


La vía de la guerra (1849-1871)

El promotor de la unificación alemana fue Prusia y su canciller, Otto von Bismarck, que estaba al frente del gobierno prusiano desde el año 1862. Bismarck era un junker prusiano, es decir, un terrateniente conservador, representante de la aristocracia y contrario al liberalismo, aunque entendía que para mantener el poder de la aristocracia y las viejas jerarquías, había que utilizar y manipular las nuevas formas de la sociedad: parlamento, opinión pública, liberalismo, capitalismo y partidos políticos. En su objetivo de unificar Alemania se valió de las guerras.

En 1864 aprovechó un conflicto entre la Confederación Germánica y Dinamarca, sobre quién debía heredar los ducados de Schleswig y Holstein, con una importante población de lengua alemana, pero bajo autoridad del monarca danés. Bismarck consiguió el apoyo de Austria y declararon la guerra a Dinamarca. Tras la derrota danesa, los ducados pasaron a ser administrados por austriacos y prusianos.

Pero esta unión de prusianos y austriacos duró poco. Las disensiones eran evidentes y Bismarck decidió provocar el estallido de otra guerra en 1866 con el apoyo de Italia contra Austria. Con la derrota de Austria Italia consiguió el Véneto y Prusia que la Confederación se remodelara y pasara a ser denominada Confederación del Norte, de la que quedó excluida Austria. Prusia pasó a controlar la nueva confederación y decidió anexionarse los ducados de Schleswig y Holstein. Fuera de la confederación quedaron algunos reinos importantes del sur, como Baviera, pero con los que Prusia estableció acuerdos secretos.

La última guerra y sus consecuencias provocaron un evidente malestar en muchos estados alemanes y en Europa. Napoleón III pidió compensaciones territoriales, sin éxito, y después amenazó a Prusia. Pero las amenazas francesas fueron utilizadas por Bismarck para atraerse a los estados alemanes hostiles y a la opinión pública nacionalista para desarrollar una guerra contra Francia, que quedaría como agresora. El conflicto (1870-71) terminó con la derrota francesa (Batalla de Sedán): Napoleón III perdió el trono, estalló la Comuna de París y supuso un duro revés para Francia, ya que por el Tratado de Francfort (1871), Francia cedió Alsacia y Lorena y tuvo que pagar, además, una fuerte indemnización. Esta pérdida de territorio se vivió en Francia como una humillación y alimentó el revanchismo galo contra los alemanes hasta la primera guerra mundial.

El rey de Prusia, Guillermo I, es nombrado káiser (emperador) en Versalles. Nació, de ese modo, el Imperio Alemán, que incluía la Confederación del Norte y los estados del sur, pero excluía a Austria.

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