domingo, 18 de abril de 2010

Carlismo y guerra civil en el reinado de Isabel II

Siguiendo con nuestro estudio al pasado histórico contemporáneo de España nos acercamos al conflicto carlista en el reinado de Isabel II, con un afán pedagógico y procurando respetar el principio de brevedad en un artículo de un blog:

Esquema
1. La cuestión sucesoria.
2. El problema del carlismo: la tradición y la cuestión foral.
3. Las dos primeras guerras carlistas.
4. Consecuencias de las guerras carlistas.
1. La cuestión sucesoria
Los últimos años del reinado de Fernando VII estuvieron llenos de tensiones políticas. La política de despotismo ilustrado del rey le enfrento a los realistas mas radicales que, ante la falta de descendencia del monarca, habían puesto sus esperanzas en el hermano de Fernando, Carlos María Isidro de Borbón, en torno al cual habían hecho partido. Pero el matrimonio del rey con María Cristina de Borbón cambió la situación. María Cristina dio en 1830 una hija, Isabel, a Fernando VII. El rey encontrándose enfermo y queriendo transmitir la Corona a su descendiente aprobó la Pragmática Sanción que anulaba la Ley Sálica, lo cual acababa con las pretensiones sucesoras de don Carlos. Esto dio lugar a dos partidos en la corte:
a) Los absolutistas se oponían a la Pragmática Sanción pues no querían dejar el trono en manos de una niña de corta edad, ni en las de su madre, de la que no se fiaban. Preferían a Don Carlos, firme tradicionalista. Este partido se denominara carlistas y eran enemigos acérrimos del liberalismo y de cualquier reforma.
b) En torno a Mª Cristina y a los derechos de su hija se fueron aglutinando los sectores reformistas de la Corte. Para ampliar sus apoyos buscaran a los liberales más moderados los cuales ven el momento de su rehabilitación. Son los isabelinos o cristinos.
Entre 1830‑33 se produce una intensa lucha entre partidarios de un bando y de otro cerca del lecho del enfermo rey. Fernando VII se apoyó en los reformistas para asegurar el trono a su hija, pero sus vacilaciones mantuvieron a la Corte en vilo hasta que en 1833 murió. Isabel, con tres años de edad, heredaba el trono. Su madre seria elegida Regente. Para afianzarse en trono frente a los carlistas que no reconocían la sucesión, se apoyó en los liberales moderados para gobernar. Comenzaba así la primera guerra civil española contemporánea.

2. El problema del carlismo: la tradición y la cuestión foral.
Como opción dinástica, el movimiento carlista apoyaba las pretensiones al trono del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro y de sus descendientes, en contra de la línea sucesoria femenina encarnada en Isabel II. Pero más allá de la cuestión dinástica, el carlismo defendía a ultranza el mantenimiento de las viejas tradiciones del Antiguo Régimen, en abierta oposición a la modernización identificada con la Revolución Liberal.
En sus comienzos el ideario político carlista era difuso, pero con el tiempo acabó articulándose en torno a las siguientes ideas:
a) La tradición política del absolutismo monárquico.
b) La restauración del poder de la Iglesia y de un catolicismo excluyente.
c) La idealización del mundo rural frente a la sociedad urbana e industrial.
d) La defensa de las instituciones y fueros tradicionales de vascos, navarros y catalanes frente a la uniformidad política y jurídica liberal. La cuestión foral es importante para definir al movimiento carlista pero la historiografía actual relativiza un tanto su importancia, ya que ni en todos los territorios donde arraigó el carlismo existía una acentuada conciencia foral, ni esta se canalizó en exclusiva a través del carlismo.
En relación a la base social del carlismo conviene señalar que contaba con el apoyo del clero medio y bajo, que percibía el liberalismo como el gran enemigo de la religión y de la Iglesia, y una parte del campesinado, que veía amenazadas sus tradiciones y su situación económica por las reformas liberales.
En el ámbito geográfico, el carlismo arraigó en las zonas rurales de las Vascongadas, Navarra, Aragón, la Cataluña interior y el Maestrazgo.
3. Las dos primeras guerras carlistas
El movimiento carlista desencadenó tres conflictos, dos de ellos durante el reinado de Isabel II y el tercero en el Sexenio Democrático, solucionado ya con Alfonso XII.
La primera guerra carlista fue la más violenta y dramática, con casi 200.000 muertos. Los primeros levantamientos en apoyo de Carlos María Isidro, proclamado rey por sus seguidores con el nombre de Carlos V, ocurrieron al poco de morir Fernando VII, pero fueron sofocados con relativa facilidad en casi todos los lugares menos en las zonas en que hemos señalado que arraigó el carlismo.
La contienda civil tuvo su repercusión internacional, ya que las potencias absolutistas (Prusia, Rusia y Austria) y el Papado apoyaron al bando carlista frente a las naciones liberales como Francia, Inglaterra y Portugal que secundaron a la nueva reina en el Tratado de la Cuadrúple Alianza de 1834.
Ambos bandos contaban en sus filas con destacados militares, como Zumalacárregui y Cabrera en el bando carlista, y Espartero en el liberal o isabelino.
El agotamiento carlista terminó por provocar la división interna del movimiento entre dos grupos: los intransigentes, partidarios de continuar la guerra, y los moderados, encabezados por el general Maroto, partidarios, por su parte, de llegar a un acuerdo honroso con el enemigo.
Las negociaciones entre Maroto y Espartero culminaron en el Convenio de Vergara (1839), que marcó el fin de la guerra en el norte, ya que Cabrera resistió en la zona levantina casi un año más.
La segunda guerra carlista (1846-1849) no tuvo el impacto ni la violencia de la primera, pero se prolongó de forma intermitente hasta 1860. El principal escenario de este enfrentamiento estuvo localizado en el campo catalán, con algunos episodios aislados en otros lugares. El pretendiente era Carlos VI, el hijo de Carlos María Isidro.

4. Consecuencias de las guerras carlistas
Las guerras carlistas tuvieron grandes repercusiones, además de un elevado coste humano. Las principales consecuencias fueron las siguientes:

a) La inclinación de la monarquía hacia el liberalismo. El agrupamiento de los absolutistas en torno a Carlos V convirtió a los liberales en el más seguro apoyo a Isabel II.
b) El protagonismo de los militares en la política. Ante la amenaza carlista, muy seria en algunos momentos, los militares se convirtieron en una pieza fundamental de la defensa del régimen liberal. Los generales, conscientes de su protagonismo, se colocaron al frente de los partidos políticos y se erigieron en árbitros de la vida política. El uso y abuso del pronunciamiento se convirtió en una práctica casi habitual para cambiar los gobiernos.
c) Los enormes gastos de la guerra provocaron muy serios problemas financieros a la nueva monarquía liberal y condicionaron la orientación de reformas como la desamortización de Mendizábal.

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