domingo, 7 de febrero de 2010
Sionismo. Segunda Parte
Herzl pensaba que los judíos asimilados debían luchar contra la asimilación porque consideraba que la emancipación, defendida por la Revolución Francesa había conseguido todo lo contrario, es decir, había desarrollado el antisemitismo o, más bien, el antijudaísmo. Este antijudaísmo se había extendido por toda Europa, y había llegado al clímax en el famoso caso Dreyfus, que hemos estudiado en este blog. Este asunto sirvió a Herzl como argumento para fundamentar sus ideas. El antisemitismo se convirtió en el incentivo del sionismo en su defensa de que los judíos debían vivir separados del resto del mundo en un territorio que les perteneciera. Dicho territorio debía ser Palestina. Herzl intentó de obtener de los países europeos con intereses coloniales o imperiales en la zona una carta de colonización internacional. En su afán no dudó en buscar el apoyo de gobiernos abiertamente antisemitas como Rusia o Alemania. Es interesante comprobar cómo el antisemitismo y el sionismo podían coincidir, en cierta medida. El propio Herzl consideró que las potencias o gobiernos antisemitas eran los grandes aliados del sionismo. En 1898 realizó gestiones con el propio káiser Guillermo II para proponerle que se creara en Palestina un Estado judío bajo la protección alemana. En 1903 buscó el apoyo de Plehve, el ministro ruso del Interior e instigador de un terrible progromo en Kichinev. Dos años antes, había recurrido al sultán del Imperio Turco con el mismo propósito. Las tres gestiones fracasaron, por lo que Herzl optó por una alternativa. En vez de buscar el Estado judío en Palestina pensó en crear un hogar judío en otros lugares: Chipre, Argentina, Uganda, etc.. Tampoco tuvo éxito la alternativa, y regresó a la vieja idea de Palestina pero desde otra perspectiva. Había que fomentar una empresa de colonización territorial al estilo de las que se habían realizado por algunas potencias coloniales europeas.
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