El divorcio entre la dirección del partido en el exilio y los socialistas en el interior se ahondó en los años sesenta. En esos momentos, Llopis llevaba casi treinta años fuera de España y era muy reacio a las posturas del interior porque podrían, según su visión, alejarse de las esencias del partido, de las que se consideraba su máximo guardián. No cabe duda, que este divorcio fue una de las causas del lentísimo desarrollo del PSOE frente a otras opciones políticas del antifranquismo en esa década.
El socialismo en el interior durante los años sesenta siguió un rumbo político distinto del marcado desde Francia. En 1967 se celebró el Congreso del Moviment Socialista de Catalunya, cuyos principales líderes defendieron una marcada autonomía frente a la dirección en el exilio. En 1968 se fundó el Partido Socialista del Interior, es decir, la nueva denominación del grupo de seguidores de Enrique Tierno Galván, quien en 1965 había militado en el PSOE aunque fuera expulsado del mismo al poco tiempo. Esta formación de Tierno Galván se caracterizó por una militancia formada casi exclusivamente por profesores universitarios.
El PSOE comenzó a vivir su renovación en la segunda mitad de los años sesenta. En primer lugar, se abandonó el anticomunismo y se adoptó un cierto tono libertario, algo más acorde con la época. Se presentaron tres grupos de jóvenes socialistas, procedentes de tres zonas geográficas distintas. En primer lugar, estarían los vascos con Enrique Múgica y Nicolás Redondo. Por Madrid, destacaría Pablo Castellanos y, por fin, estaría el núcleo andaluz o sevillano con Felipe González y Alfonso Guerra.
Los renovadores del socialismo tuvieron que dedicar mucho tiempo y esfuerzo para conseguir el poder dentro del Partido, además de vivir no pocas controversias y enfrentamientos. Solamente en 1967 los renovadores del interior consiguieron una representación importante en la dirección del Partido. En 1969 aparece en las reuniones de la dirección exterior Felipe González. En 1970, Llopis terminó por aceptar una especie de solución de compromiso: él desempeñaría la representación internacional del PSOE, mientras que en España la dirección del partido estarían en manos de los que allí estaban y vivían. Por su parte, la UGT llegó a otro compromiso, al año siguiente, ya que se estableció un comité mixto compuesto por dirigentes del exilio y del interior, terminando por predominar los últimos.
El año 1973 sería crucial para el socialismo español porque los renovadores se hicieron con el poder, gracias, especialmente, a los socialistas vascos y madrileños y no tanto de los sevillanos, pero que beneficiaría a Felipe González, una personalidad política en alza y que y se adivinaba como líder. El proceso no fue fácil, con dimisiones incluidas de Felipe González y Alfonso Guerra en el año 1973, defensores de posturas radicales ante la posibilidad de ascenso a la ejecutiva de sectores más moderados provenientes de la Democracia Cristiana.
La victoria definitiva de los renovadores no se daría hasta el otoño de 1974. En este triunfo tuvo mucho que ver, también, el apoyo que recibieron de los dirigentes de la Internacional Socialista. En Suresnes se celebró el trascendental congreso en el que triunfaría Felipe González y supondría la marginación voluntaria de Nicolás Redondo. Pero no debemos olvidar e insistir que el PSOE era un partido político con una fuerza muy limitada dentro del conjunto del antifranquismo, muy alejado de la preponderancia del PCE, por ejemplo. El PSOE tenía unos 2.500 afiliados en el interior, destacando el núcleo vasco guipuzcoano y unos 1.000 en el exterior. En el Congreso se tomaron una serie de decisiones que pueden ser consideradas como radicales con repudio del capitalismo y de los “bloques militares”. Pero era evidente que este Congreso sirvió para poner al PSOE en el camino del éxito político en la Transición, a pesar de la debilidad apuntada. El PSOE pudo combinar el simbolismo de sus siglas que representaban una parte fundamental de la historia de la izquierda española con el radicalismo de las nuevas generaciones jóvenes españolas, a pesar de que, relativamente pronto, este radicalismo se abandonó, sin negar que ese abandono pudo ser otra baza a su favor en las primeras elecciones democráticas. Por otro lado, el Partido se presentaba ahora como una organización interclasista y con una fuerte presencia universitaria. Es evidente que Suresnes marcaría la renovación generacional e ideológica del PSOE y sentaría las bases de su éxito.
El PSOE comenzó a convertirse en una fuerza política que atrajo a diversos sectores que hasta ese momento se habían denominado como “socialistas”. Era evidente que no tenía la capacidad, la militancia y las estructuras del PCE en vísperas de la muerte de Franco y, por ello, consciente de estas carencias, Felipe González se trasladó a vivir a Madrid para comenzar a montar la nueva organización.
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