Ante la dimisión de Berenguer el 14 de febrero de 1931, el rey optó por buscar una solución hacia la izquierda dinástica. La opción podría ser Santiago Alba pero éste se negó. Por otro lado, Alfonso XIII no aceptó las pretensiones de los constitucionalistas de Melquíades Álvarez. El problema era tan grave que el monarca contactó con Sánchez Guerra, el político conservador que tanto le había criticado y que se había enfrentado a la Dictadura de Primo de Rivera. Pero esta opción no cuajó. Ante esta situación, el rey presionó a los políticos dinásticos para que aceptaran formar un gobierno de concentración. Al final, el 18 de febrero se formó un gobierno presidido por el almirante José Bautista Aznar con escasísima experiencia política. Realmente, la figura predominante de este ejecutivo era el incombustible conde de Romanones. En el gobierno estaban, también: Bugallal, Juan de la Cierva, García Prieto, Gabriel Maura, Joan Ventosa y el propio Berenguer, como figuras más destacadas. Era un gobierno que representaba, claramente, el pasado, por lo que no levantó ningún entusiasmo.
El nuevo gobierno defendió la idea de ralentizar la vuelta a la normalidad constitucional a través de un calendario de consultas electorales, que comenzaría con las municipales para el 12 de febrero, las provinciales para el 3 de mayo y, por fin, las generales para el 7 y 14 de mayo (diputados y senadores, respectivamente), frente al interés del gobierno anterior por ir directamente a estas últimas. El objetivo del gobierno era que las elecciones municipales terminaran con la interinidad establecida por el gobierno anterior en los consistorios y otorgar credibilidad democrática a todo el proceso electoral restante.
Mientras llegaban las elecciones del 12 de abril el gobierno Aznar tuvo que hacer frente a una intensificación de la movilización social y política de la oposición. Los estudiantes se destacaron en las manifestaciones. La condena a muerte el 18 de marzo del capitán Sediles, aunque luego indultado, desencadenó importantes manifestaciones estudiantiles en varias ciudades. Estas manifestaciones alcanzaron su cénit cuando el día 23 de marzo se dio a conocer la liberación de los miembros del Comité Republicano. La FUE comenzó a adoptar una actitud insurreccional con el apoyo obrero, especialmente cuando la policía mató a un estudiante de la Facultad de Medicina de la Universidad Central. Esta marea estudiantil desconcertó al gobierno.
La campaña electoral para las municipales frenó la conflictividad. Las elecciones municipales, como hemos señalado, pretendía dar legitimidad al período de transición y del proceso electoral pero fueron un error estratégico del gobierno, ya que, los republicanos y los socialistas eran muy fuertes en las ciudades, cuyo voto estaba ya libre de las manipulaciones electorales del caciquismo. De hecho, ni unos ni los otros optaron por la abstención ni el retraimiento electoral. Además, no debemos olvidar que hacía ocho años que no había habido elecciones y el censo electoral español había cambiado, tanto en su número como en su composición, sin olvidar que la maquinaria electoral caciquil estaba desengrasada. Las fuerzas gubernamentales o dinásticas confiaban en el voto rural y no se movilizaron especialmente por el voto, desarrollando una campaña electoral basada en el argumento del miedo de la burguesía. Por el contrario, la conjunción republicana-socialista desarrolló una campaña muy activa y coordinada. El argumento principal de la campaña giraba en torno a la idea que estas elecciones eran un plebiscito por la República que, a medio plazo llegaría.
Las elecciones se celebraron, como queda dicho, el día 12 de abril. En realidad, los monárquicos consiguieron más concejales, superando el número de treinta mil, mientras que la Conjunción llegó a los nueve mil, aproximadamente. Pero muchos ediles monárquicos habían sido proclamados por el famoso artículo 29 de la Ley electoral, que evitaba la votación donde sólo había una candidatura, hecho muy vinculado con el viejo caciquismo. El hecho más decisivo de los resultados era que la oposición había ganado en 41 de las 50 capitales de provincia y en las grandes poblaciones. El voto urbano había ido, en su gran mayoría, hacia los republicanos y socialistas, donde el caciquismo había sido superado.
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