Los socialistas –PSOE y UGT- vivieron un intensísimo debate en relación con su posición hacia la Dictadura de Primo de Rivera. Parecía lógico que no se hubiera combatido por la defensa de la normalidad constitucional del sistema de la Restauración, incapaz de democratizarse y de atender las demandas obreras, pero otra cuestión era colaborar con una dictadura. Pero la situación de los socialistas en los años veinte era compleja. Sufrieron la escisión comunista y, aunque fuertemente reprimido, el anarcosindicalismo había demostrado su fuerza y primacía en el movimiento obrero. La colaboración que brindaba Primo de Rivera podía ser una oportunidad para reforzar a la UGT y al PSOE, aún a riesgo de contribuir a la legitimación del régimen.
Pero en el seno del socialismo español no había una postura unánime sobre esta colaboración. Existirían dos grandes corrientes, siguiendo a Santos Juliá. Por un lado, estarían los corporativistas y, por otro, los reformistas políticos. Los primeros eran mayoría y defendían la necesidad de reforzar las organizaciones socialistas, en línea con lo que hemos expresado. Pero dentro de este grupo habría dos tendencias. Los sindicalistas pragmáticos, con Largo Caballero a la cabeza y un grupo donde destacaban Andrés Saborit, Manuel Llaneza y Manuel Cordero, pretendían con esta colaboración con la Dictadura alcanzar mejoras laborales y sociales para los trabajadores. Por eso, entraron a formar parte de las instituciones corporativistas del régimen dedicadas a la mediación laboral y al control económico. El propio Largo fue miembro del Consejo de Estado. Otro sector, el más marxista, teniendo a Julián Besteiro como principal defensor, deseaba la colaboración política con la Dictadura como medio de ahondar en las contradicciones del sistema político y económico con el fin de acelerar el proceso revolucionario que implantaría el socialismo.
Frente a estas dos posturas de colaboración, los reformistas políticos, el sector más moderado del PSOE de Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos coincidía más con los republicanos en su oposición tajante a la Dictadura que con las posturas obreristas. Este grupo buscaba la implantación de una verdadera democracia y un sistema de libertades, conectando con la pequeña burguesía. De hecho, Indalecio Prieto estaría en la formación del Pacto de San Sebastián.
Al caer Primo de Rivera, los socialistas superaron el debate y se encaminaron hacia posturas antimonárquicas tajantes. En esta labor se empeñó Indalecio Prieto aunque no desapareció la desconfianza de muchos socialistas hacia los republicanos y el temor a las tácticas conspirativas. Estadivisión de opinión se mantendrá en la Segunda República. Pero las circunstancias que rodearon al gobierno de Berenguer terminaron por inclinar al PSOE hacia las posturas políticas de Prieto, aceptando la participación en el proceso que llevó a la proclamación de la República.
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