El concepto de colectivización parte de las teorías económicas y sociales del siglo XIX que pretendían un sistema colectivo de producción y distribución de los bienes, así como por la propiedad común de los medios de producción. Las colectivizaciones agrarias o campesinas en la guerra civil española no sólo tienen ese origen remoto sino que deben ser entendidas en el contexto excepcional de este momento histórico. El estado republicano se derrumbó en los primeros momentos de la sublevación militar, muchos propietarios abandonaron sus tierras, se crearon múltiples poderes locales y, por fin, determinados sectores pretendieron buscar un nuevo orden político y económico para abastecer a la población y no sólo como un deseo de cambio sino, también por pura necesidad. Estas causas explican la explosión de este fenómeno en muchas zonas donde la insurrección militar fracasó. Tampoco conviene olvidar otros aspectos más particulares de cada zona o caso en los que pudo haber requisas desproporcionadas, se aplicara el método del terror o imperase una clara desorganización.
La explotación común se organizó en aquellas tierras que habían sido abandonadas por sus propietarios o en fincas incautadas por grupos armados y/o comités revolucionarios. En Andalucía existía el precedente de los arrendamientos colectivos. Uno de los primeros y principales problemas que se presentaron fue en que había que determinar a quiénes afectaba este cambio del régimen de propiedad. En general, todas las organizaciones políticas compartían la idea de respetar la pequeña propiedad pero las diferencias se presentaron a la hora de valorar otras propiedades. Los comunistas defendían el decreto del ministro de Agricultura Vicente Uribe, del 7 de octubre de 1936, que consideraba que solamente podían expropiarse las tierras de los que habían participado en la sublevación militar. La CNT y la Federación Española de los Trabajadores de la Tierra (FETT), por su parte, defendían que un propietario sólo debía poseer la tierra que pudiese cultivar con sus propios medios. Estas dos posturas irreconciliables generaron serios problemas, disensiones, violencia y una polémica que ha traspasado los límites temporales del período de la guerra civil.
Tradicionalmente, se ha considerado que la gran protagonista de las colectivizaciones fue la CNT pero la historiografía ha avanzado mucho en la investigación y se ha demostrado que en muchos lugares no fue así sino que el protagonismo correspondería al sindicalismo socialista.
Las colectividades conocieron durante los últimos meses de 1936 y los primeros de 1937 su período de mayor auge o extensión. Se dotaron de instrumentos de coordinación como las Federaciones Regionales, y órganos de difusión y adoctrinamiento revolucionario. Fue un momento en el que se planteó la rectificación de la tendencia a la violencia que había existido en los primeros momentos. Pero la marcha de la guerra y los acontecimientos políticos en el seno del bando republicano truncaron este proceso de consolidación. El fracaso de los intentos de control de las colectividades por parte del Estado, la pugna por la forma de establecer las mismas y la política agraria y las repercusiones de los sucesos de mayo de 1937, impulsaron a Negrín, con el apoyo de los comunistas, a querer adoptar una postura de fuerza contra ellas. En Aragón se aprovechó la disolución del órgano regional dominado por los anarquistas pero en el resto del territorio las colectividades fueron desapareciendo no por la presión gubernamental sino por el desenlace de la guerra.
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