Hemos aludido en el artículo anterior al corporativismo. En este nuevo trabajo nos acercaremos a este concepto.
Esta ideología o práctica política pretende canaliza, a través de unas pocas corporaciones sociales como grupos de interés o asociaciones voluntarias, la participación de los individuos en la política, en la toma de decisiones públicas. Se funden las fronteras entre la sociedad y el estado, que es el que asigna un papel preponderante, privilegiado y hasta monopolístico a ciertas organizaciones que representan determinados intereses y ejercen una autoridad sobre sus miembros. Se anula el conflicto competitivo y se reemplaza por la intermediación de las corporaciones. También se termina con el pluralismo liberal y democrático. La democracia orgánica franquista es un tipo de corporativismo. También se aplica al sistema vertical sindicalista fascista italiano y al español de la época de Franco. En esta parte el Estado se convierte en el agente fundamental, que instituye corporaciones profesionales verticales donde se tienen que integrar obligatoriamente empresarios y obreros. De ese modo, se dice, se evitan los conflictos o luchas de clases (los sindicatos horizontales quedarían abolidos), por la mediación del Estado. Pero, es evidente que el Estado no es neutral y para mantener esta ficción debe ser autoritario o dictatorial.
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