Socialismo utópico
El socialismo utópico comenzó a interesarse por las mujeres, al reconocer la necesidad de la independencia económica de las mismas. Pero, por otro lado, los socialistas utópicos no fueron especialmente críticos con la división sexual del trabajo. En todo caso, su preocupación por la sujeción de las mujeres tuvo un gran impacto en su momento. Fourier llegó a decir que la situación de las mujeres era el indicador clave a la hora de conocer el nivel de progreso y civilización de una sociedad.
Otro aspecto que trató el socialismo utópico fue su crítica al celibato y al matrimonio indisoluble como instituciones represoras y causa de injusticias e infelicidades.
Flora Tristán
Flora Tristán dedicó en su obra Unión Obrera (1843) un capítulo a estudiar la situación de las mujeres. La autora mantenía la idea de que todas las desgracias del mundo provenían del olvido y del desprecio que se había hecho a los derechos naturales e imprescriptibles de la mujer. Flora Tristán defendió la importancia de la educación de las mujeres para el progreso de las clases trabajadoras por su influencia como madres, hijas y esposas sobre los hombres.
El socialismo marxista
El marxismo ofreció una nueva explicación sobre el origen de la opresión de las mujeres y una nueva estrategia para su emancipación. Friedrich Engels explicó en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), que el origen de la sujeción de las mujeres no estaría en causas biológicas, sino sociales, es decir, en la aparición de la propiedad privada y la exclusión de las mujeres de la producción. La emancipación de las mujeres pasaría por su retorno a la producción y la independencia económica. Pero el apoyo a la incorporación de la mujer al trabajo generó en ciertos pensadores y sectores socialistas algunas críticas. Algunos se oponían al trabajo asalariado de las mujeres para protegerlas de la explotación y, también, por el posible aumento de abortos y de la mortalidad infantil, o del paro masculino, así como el descenso de los salarios al aumentar oferta de mano de obra.Auguste Bebel, en su obra La mujer y el socialismo, denunció que no todos los socialistas apoyaban la igualdad de los sexos.
El socialismo dedicó especial atención en las diferencias que separaban a las mujeres de las distintas clases sociales. Aunque las socialistas apoyaban las demandas de las sufragistas, también consideraban a éstas enemigas de clase y las acusaban de olvidar la situación de las obreras. Por otro lado, la fuerza del mensaje y la infraestructura del movimiento sufragista atraían a muchas obreras, por lo que uno de los objetivos de las socialistas era romper esa especie de alianza.
A pesar de los enfrentamientos con las sufragistas, muchas mujeres socialistas, aunque consideraban que la emancipación de las mujeres era imposible en capitalismo, eran conscientes que para muchos de sus camaradas de lucha y para las direcciones de los partidos y sindicatos, la cuestión femenina no era prioritaria. Eso provocó que comenzaran a organizarse dentro de los partidos y sindicatos, reuniéndose para discutir sus problemas, llegando a crear organizaciones femeninas. En este sentido, la figura de Clara Zetkin es fundamental. Creó una revista femenina, “Igualdad” y organizó una Conferencia Internacional de la Mujer en 1907.
El anarquismo
El anarquismo no precisó teóricamente la cuestión de la igualdad entre los sexos. Es más, Proudhon mantuvo una postura antigualitaria evidente al defender la idea de que no contemplaba el destino de la mujer fuera de la familia y el hogar.
Pero, también es cierto que el anarquismo contó siempre con numerosas mujeres que lucharon por la igualdad. Una de las ideas claves que guiaron a muchas anarquistas -fruto del acusado individualismo del anarquismo- fue que las mujeres se liberarían gracias a su propia fuerza y esfuerzo individual. De poco valdría el acceso al trabajo asalariado si las mujeres no eran capaces de vencer el peso de la ideología tradicional en su interior. Así pues, se puso el énfasis en vivir de acuerdo con las propias convicciones.
Las anarquistas propiciaron verdaderas revoluciones en la vida cotidiana propugnando que las mujeres fueran libres. La libertad debía regir la relación entre los sexos. Su rebelión contra el Estado, la Iglesia y la autoridad llevó a las anarquistas a no dar ninguna importancia a la lucha por el voto de las sufragistas pero, también a criticar con dureza la intervención del Estado en la procreación, la educación y cuidado de los hijos, defendida por el marxismo.
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