Hasta la llegada de las ideas fascistas el mundo occidental se asentó bajo la tradición del racionalismo inaugurado en la época clásica griega y romana, seguido en la Edad Media, una época menos oscura de lo que tradicionalmente se ha planteado, triunfa con el Humanismo renacentista, se afianza con la Revolución Científica del siglo XVII, y encuentra en la Ilustración otra de sus grandes cimas. Las ideologías de la época contemporánea, tanto el liberalismo como el socialismo se construyen sobre supuestos racionales; la democracia supone el triunfo de todo este legado.
La doctrina fascista rompe con toda esta herencia y adopta un acusado irracionalismo. Se desconfia de la razón y se fomenta el comportamiento irracional de las conductas, así como los sentimientos o manifestaciones intensas hasta la glorificación del fanatismo. Las ideas fascistas se construyen sobre dogmas, sobre ideas indiscutibles, como pueden ser la superioridad del jefe o líder, del hombre sobre la mujer, el soldado sobre el civil, o la cuestión de las razas superiores e inferiores. Es el triunfo del tabú, de lo que hay que admitir sin discusión o análisis, del totalitarismo frente al debate libre, pilar de la democracia.
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