El sistema de la Constitución del 76 se basaba en el concepto de soberanía compartida, entre la nacional y la histórica, encarnada en la monarquía. Este tipo de soberanía es propio del liberalismo más conservador, frente al progresista. Además, daba al monarca mucho poder, que no bien usado podía llevar a la ruina a la misma monarquía. De hecho, se discute si Alfonso XIII abusó del mismo frente al modelo de su madre, la Reina Regente. Este debate es interesante, y hay una reciente historiografía fascinante, al resepcto, como el libro colectivo y editado por Javier Moreno Luzón, las obras del desaparecido Tussell, o la visión de Carlos Seco Serrano.
Esta Constitución es la que más ha durado en nuestra historia, y solamente se terminó con la Dictadura de Primo de Rivera.
El sistema del turnismo político no pudo, por varias razones, terminar en un sistema democrático, y ahí está la raíz de los problemas contemporáneos de nuestro país, es decir, la dificultad de pasar de un sistema liberal a otro democrático. Pero este paso, tan complicado, no fue fácil en el resto de Occidente, lo que demuestra que nuestra historia no está tan alejada del resto de la europea. ¿Cuántos países europeos pudieron transformar, sin grandes traumas, sus sistemas liberales en otros democráticos? Pues, más bien, creo que nada más que Francia e Inglaterra.
Otro de los grandes problemas de este sistema de la Restauración fue el electoral, por mucho que se terminara por instaurar el sufragio universal con Sagasta. Todo estaba viciado por el fraude electoral y el caciquismo: frente a la España oficial, estaría la real, que no pudo incorporarse al sistema y desembocar en un régimen democrático.
El personaje que impulsó este sistema fue el malagueño Cánovas.
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