El término nación como lo utilizamos hoy nace en la Revolución Francesa y que se iría perfilando a lo largo de todo el siglo XIX. Anteriormente, en la Edad Media el concepto derivaba de su etimología latina, nascere, y que Isidoro de Sevilla recoge como el grupo de personas que tienen o o a quienes se atribuye un mismo origen. En el contexto de esta época tenía un sentido de comunidad étnica cuya lengua y costumbres la distinguen de la población autóctona entre la que se había establecido de forma provisional o permanente.
Pero volvamos al siglo XIX, en pleno auge de los movimientos nacionalistas. Se pueden establecer dos conceptos de nación:
1. El de origen alemán, inspirado en Fichte y en Herder. El concepto alemán establece que la nación es una unidad lingüística, cultural y étnica común.
2. El de origen francés. Este concepto se basa en el territorio con unos límites precisos pero cuya unidad no se basa en la lengua ni en cuestiones étnicas, sino en el consentimiento, es decir, en la voluntad, como dice Renan, "en la voluntad de vivir juntos".
Estos dos conceptos alimentaron los movimientos nacionalistas durante todo el siglo. En la centuria siguiente, el primer concepto fue reinterpretado y llevado a sus extremos por el nazismo, cuando con la lengua y la raza se justificó el expansionismo hacia Europa Oriental para incorporar las minorías alemanas dispersas en varios estados dentro del Tercer Reich, además de para exterminar a los no considerados como germánicos, como los judíos y los gitanos.
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